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viernes, 20 de septiembre de 2013

EL AUTOBÚS DE LOS CERDOS

Estoy llegando.
Es el quinto mensaje que le escribo y no contesta.¡ La muy puta!. ¿Qué estará haciendo?
He salido antes del curro pero me han liado éstos para  tomar unas cervezas. Esa rubia..., a ver si me la follo antes de verano; su mirada dice que quiere que le dé caña. No está muy buena pero sólo el hecho de trincarme a la jefa ya me la pone dura. ¡Tiene novio la muy cerda! ¡Y un hijo!

Se acarició los genitales mientras la chica sentada a su lado en el autobús le miraba asqueada, apestaba a alcohol y la fisionomía del borracho no permitió que estuviera tranquila en todo el viaje, entretanto, él seguía hablándose a sí mismo como siempre de camino a casa. Cuarenta minutos de viaje que siempre aprovechaba para tener las mismas disertaciones, y caía en la conclusión de que la compañera de viaje de esa tarde le miraba así porque seguramente se sentía atraída por él.

Ella le observaba de reojo. Chepudo. Alopécico. De barba mal cuidada, pensaba la chica, incluso podía oler los restos del festín de esa tarde, ¡qué asco por dios!. De torso pequeño, paticorto, apestaba demasiado para la hora que era.


El cheposo hacía dos meses que había acogido en su apartamento a una prostituta que trabajaba en un local de copas, abierto hacía poco tiempo. En un acto que a él le pareció de lo más generoso, le dió cobijo a la puta en su casa, pobrecita, y así ella le cobijaría dentro de sí las noches que a él le viniese en gana." Es el trato implícito " pensaba mientras volvía a acariciarse los genitales.
¿Con quién estará? Ya la he llamado dos veces y sigue sin contestar...
Miraba ansioso alrededor: la chica de al lado que quería seguramente pernoctar con él. Un par de parejas en la parte de atrás del vehículo, dos señores mayores que le miraban mal, una pandilla de veinteañeros que reían todo el rato, haciendo bromas con el pelo de uno, la incipiente perilla de otro, la poca experiencia con las chicas del de más allá.

Se estaba poniendo nervioso y volvió a llamar a su concubina.
Seguía sin obtener respuesta. Seguramente está en el bar de abajo, tomándose un café con ese viejo baboso que sólo pretende eyacularle en la cara.
En realidad, esa era su práctica sexual favorita. El alcohol, el abuso de las drogas en otra época, y la mente le impedían penetrar desde hacía años a ninguna mujer y eso le preocupaba en exceso aunque casi nunca le daba sustento mental a su impotencia. No llegaba a la cuarentena y ya no había dureza que aguantase incursión sexual alguna.
Eso le enfurecía. Volvió a llamarla. Seguramente ahí estaba ella enseñando sonrisa y escote a todo el bar. Sabía que tendría que lidiar con una panda de babosos porque su mujer estaba muy buena:¡ CERDOS ENFERMOS! Encima es lista, culta, resolutiva, simpática... ¡Zorra, seguro que me engaña con otros, con todo lo que se le pone a tiro! ¡Mantiene relaciones por dinero. Es su naturaleza!

El autobús giraba por la rotonda cercana a su parada.
Sus manos pasaban de los bolsillos de sus vaqueros al teléfono móvil, comprobando por quinta vez que ella no había llamado ni respondido a los mensajes. La fulana pija del asiento anexo no le quitaba ojo de encima. ¡Zorras, son todas unas zorras!
Sentía cómo le clavaba la mirada todo el pasaje al completo y su mente divagó hacia la conocida obsesión de la que su psiquiatra le advertía. Me miran porque mi vestimenta es distinta. Porque soy diferente. No soy igual que ellos.
La impotencia volvió de manera inconsciente a su cerebro. Cada vez se revolvía más en su asiento.
Llegando a su parada explotó, abandonó su sitio al lado de la chica asqueada, que había llenado con su perfume el ambiente para no percibir el olor a bar, a máquina, a suciedad mental...
Bajó gritándole al conductor: ¿TÚ QUÉ MIRAS CERDO?.¡¡¡ FASCISTAS, SOIS TODOS UNOS CERDOS FASCISTAS HIJOS DE PUTA!!!


Sacó las llaves de su bolsillo y se dirigió hacia su portal, iracundo, preguntándose por qué ella no respondía al teléfono.
Al introducir la llave en la entrada se giró violentamente al notar cómo alguien se situaba detrás.
Demasiado tarde. El giro trajo consigo sorpresa y calor,dolor agudo en el abdomen.
Reflejado en el espejo de la puerta de entrada, pudo observar a un calvo gigante de unos dos metros de altura, vestido de negro, con guantes en las manos y una navaja que viró con maestría en el estómago del obseso.
El calvo giró el cuchillo, sólo una vez, dejó caer al loco chepudo en el suelo con la sutileza de un bailarín de ballet. Sin mirar atrás, abandonó el cuerpo todavía caliente, montó en su Chopper, y mientras arrancaba sacó su teléfono móvil y dijo: "Ya está. Se acabó". Al otro lado de la linea una mujer sollozando sólo dijo:¡ Gracias!



Sus ojos abiertos, reflejaban todavía el asombro y la extrañeza vividos el minuto anterior. Pero.. ¡Qué cojones! Sabía que lo habían apuñalado; su cerebro continuaba vivo, como cuando le arrancas la cola a una lagartija y sigue moviéndose.¡¿ Quién era ese calvo? No lo conozco, no lo recuerdo. Será amigo de esta puta! Seguro que se lo está follando la muy cerda. Son todas iguales. Ni siquiera me ha contestado. ¡Ahora cuando suba se va a enterar! ¡Estas faltas de respeto que tiene hacia mi son intolerables! Seguro que cuando venga la policía flirteará con los más jóvenes y musculados,¡ putón! Agonizaba culpando a su nuevo amor de su suerte a la par que sus ojos se clavaban en el tres que coronaba la portería de su vivienda.


Se despertó sobresaltada.  Debía bajar la dosis de somníferos. Los usaba últimamente para todo. En los dos últimos meses no dormía, no comía. Se sentía mal y no sabía muy bien por qué. Muerta de miedo vió los mensajes y las llamadas perdidas en su teléfono móvil. Sabía que esa noche habría gritos hasta bien entrada la madrugada.No quería decirle a nadie que lo que parecía el paraíso se había transformado en una repugnante cárcel de amor.
Escuchó las sirenas abajo en la calle. Se puso una bata encima y al llegar al portal sintió alivio al ver a su carcelero encima de un gran charco de sangre.

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