Páginas

martes, 2 de diciembre de 2014

EL CUENTO DE NUNCA EMPEZAR

Creo que ya no habrá más sábados y
sin embargo, te empeñas en que tu recuerdo llame una 
y otra vez a mi rencoroso postigo.

Vagas reminiscencias, siempre las mismas- aquel casi menor que consiguió engañarme.
Y yo encantada con la patraña de más de metro ochenta y ojos increíblemente tímidos. 

Memorias desdibujadas una década después vienen a darme abrigo en el invierno. Hace tanto que no llamo a tu puerta que no entiendo por qué no acaba lo que nunca permitiste que empezara.

Recuerdo el calentón en un cómplice portal, el notable alto que te puse después de aquel café, y la insufrible excusa de la distancia cuando te expedí aquel diploma con el "apto". Poco más.
 Y, por supuesto, la épica noche en que hiciste que renaciera todo para volver a quitarme un trozo más de corazón a la hora del desayuno.


Después, intermitencia comunicativa. Sin expectativas todo este tiempo, salvo aquel intento de soñar que viajaríamos juntos hace ya un par de vidas. Otra vez aniquilaste mi esperanza con indiferencia.

Y vuelvo a dar vueltas en la jaula del desconcierto...Cada vez que tú quieres. Y me pongo el disfraz de amiga porque el de amante no es de mi talla; a pesar de lo que pica e incomoda esta puta máscara que te empeñas que vista sin yo haberlo pedido.

Y tu sonrisa de Richard Gere cuando tenía menos canas siempre se descojona de mis ganas. 
No sé si oficialmente eres un caballero y es tu manera natural de hacer las cosas. Nunca consigo ver tu identificación- qué gracia! a la experta en observación se le escapan datos.

Esta analfabeta emocional vestida de amiga, vuelve a no comprender nada. O quizá sí, y me opongo a declararme sabedora de tu desinterés, tu diplomacia y tu aburrimiento. De tus ganas de saberte en el mercado cuando hace tiempo que encargo la compra por internet.

Nos faltó descubrirnos. Nos faltó escribir la historia y ya sabes lo que siento cada vez que me invitas a desenfundar mi pluma. Tu absurda manía de hacerme saber cada semestre que este cuento se ha acabado, mientras mi estúpido cerebro no consigue eliminar aquella noche (ni siquiera recuerdo qué pasó después para que nos convirtiéramos en un "qué tal te va" cada siglo y medio):

Mis zapatos de tacón vino burdeos, mi sonrisa gigante descansando encima de tu hombro, y el llanto posterior a la hora del cruasán. Especular no lleva nunca a Roma, sólo a la persona que robó todo aquello que, legítimamente, le correspondía a mi nombre.

La cuestión que jamás respondiste es la que me agarra por el cogote, me arrastra fuera de tu caravana; y mi piel, mi alma en carne viva, repta hacia la realidad huyendo de tu casa con ruedas de ensueño donde olvidé algunos delirios y deseos.
Aquellos viajes que nunca fueron duelen más que tus amistosas confesiones que mi incertidumbre detesta; porque no llevo alzacuello ni soy tu terapeuta. 
De ti sólo quiero escuchar cosas que nunca dirás.

Sé de tu buena fé porque es lo primero que vi reflejado en tus pupilas aquella noche de puestazos y magreos a pesar del ruido y de la gente; y aunque te empeñas en llevarme a la tienda de disfraces sólo puedo recordar la electricidad que provocaba el roce de tu mano con la mía. 


Eléctricas mentiras que invento 
porque a pesar de que tú lees otros libros,
¡ingenua de mí! me niego a que se acabe el cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario