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martes, 10 de febrero de 2015

HERIDOS DE GUERRA

Entierro el hacha de guerra,
abandono trincheras y con la bandera blanca
a ti me acerco.

En un intento de paz, de comunicación
te hago llegar el camión de provisiones
lleno de "te quieros, te echo de menos,
de mi piel sueña todavía con la tuya".

Pero sigues instalado en el pasado
y hablas de tu brillante y satisfactorio presente
mientras me golpeas en el rostro con tu guante blanco
y me bates en duelo.

Ya no lucho con la negación
ni convivo con la esperanza.

Me hago la autopsia delante de ti.
Me abro en canal contigo de espectador
y decides que el cadaver está muy frío.
Lo guardas y emparedas en la cámara refrigeradora.

Abro y cierro mis heridas,
renombro lo nuestro y vuelvo a palmear
el hombro de mi imaginación compasivamente.


Recojo tu destructiva crítica
y al recordar cada una de tus palabras las voy olvidando.
Resuelvo nuestra guerra de cien años
sin ganador alguno.

Guardo esta caja de recuerdos turbios
ya etiquetada, en la estantería de lo que nunca fue.

No espero segundas, terceras, infinitas partes.
Decido olvidarlo todo.
Decido soltarte.
Decido ya no decirte,
dejar de amarte.

Miro hacia otro lado
con el esófago todavía embebido de tu esencia amarga,
con las costuras coronarias frescas,
sin pretender frías venganzas.

Con la frente alta
porque amé sin condición,
sin orgullo, sin escarchas.

Herida de guerra igual que yo, observo tu espalda partir,
tu cojera arrogante, tu incapacidad visual,
tu mutilada comprensión, tu mentón erguido por creer haber ganado.

Perder, perdimos los dos
por ni siquiera permitir que la historia hubiese empezado.






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